¡Feliz solsticio de verano! ☀️
Desde tiempos remotos el ser humano ha buscado en el firmamento respuestas a sus necesidades y ansiedades habituales. Los cultos al sol y la luna son los más primitivos; se mantienen vigentes, reinventándose en diversos procesos de sincretismo y prevalecen hasta la actualidad en todas las culturas del planeta.
Los cazadores recolectores necesitaban un conocimiento profundo de su medio natural inmediato, con el fin de obtener comida, materiales y refugio para sobrevivir. Su comportamiento nómade estaba fuertemente influenciado por el comportamiento migratorio de los animales que cazaban, los patrones de crecimiento de las plantas que recolectaban, y también por el progreso de las estaciones.
Cuando surge la agricultura, unas cuantas plantas domesticaron al ser humano. Pasar a depender de una pequeña variedad de especies, y lidiar con sequías, plagas e invasiones, complicaron sus posibilidades de supervivencia. Con el tiempo, una serie de cambios graduales en la forma de organizar la vida de los antiguos agricultores, planificándose en base a su compresión de los ciclos naturales y solares, contribuyeron a superar estas dificultades y prosperar.
Casi la totalidad de culturas agrícolas adoraron al sol, un dios que existe realmente, y del que todos los seres vivos dependen totalmente. Nuestra respiración, nuestra alimentación y nuestro metabolismo, dependen del sol. La estrella de nuestro sistema planetario determina en la Tierra los ciclos del agua, del aire, de la luz, de los minerales… y de todos los ciclos de la vida. Si el sol dejara de existir, desaparecería la vida en la tierra.
Los incas, mayas, aztecas, y diversas culturas de la antigüedad, observaron que ocurren muchos fenómenos naturales recurrentemente, e identificaron ciclos naturales que tienden a equilibrarse: a un período de oscuridad le sigue otro de luminosidad, a uno de calor le sigue otro de frío, a uno de sequía le sigue otro de lluvia. El agricultor siempre buscó la manera de predecir estos ciclos, para saber cuándo sembrar y cuándo cosechar para asegurar su alimento y asegurar con éxito su supervivencia. Con el tiempo, se fueron perfeccionando estas observaciones y mediciones de ciclos con un alto nivel de precisión.
El final de la primavera lo marca el solsticio de verano. Es el momento que marca el inicio de la época más caliente del año. Y es el momento del año de mayor duración del día (respecto a la noche). Lo que determina la existencia del solsticio es la inclinación de 23° del eje de rotación de la tierra respecto al plano de su órbita de traslación. En este momento del año el sol alcanza el cenit (90°) en el trópico de Capricornio, paralelo situado a una latitud 23° al sur de la línea ecuatorial; y en el polo sur, en la Antártida, se da el fenómeno del “sol de medianoche” por el cual el sol se hace visible por encima del horizonte durante las 24 horas del día.
El solsticio de verano es un momento de gran celebración, porque marca la llegada de la estación de mayor abundancia; llegan el calor, la lluvia y la mayor disponibilidad de energía solar para las plantas que cultivamos. Los incas celebraban en esta misma fecha el Capac Raymi, una festividad celebrada hasta hoy en distintos pueblos andinos, en la que se baila, se bebe chicha de jora, se masca coca y se hacen ofrendas en honor al sol.